Estas dos imágenes me traen muchos recuerdos.
Me críe en este campo, ¡¡jugué tantas veces en esta encina!! Yo trepaba por esas ramas que tocan el suelo y de repente ya no estaba ahí, me había trasladado a un escenario de un teatro en el que interpretaba un personaje, soñaba con aplausos y los escuchaba. En otras ocasiones me trasladaba a un edificio alto en la ciudad y la parte del tronco que se separa en dos, era mi hogar lejos del campo del que quería marcharme en esos años. Bajo su sombra en verano y a su cobijo en invierno esperábamos al único autobús que pasaba al día para ir al pueblo a trece kilómetros.
¿Por que la llamábamos la encina de los pobres? Cuando la carretera no existía aún y solo era camino se viajaba en carros, en burros, a caballo. Entonces había que hacer descansos de día o de noche y era común que bajo sus grandes ramas se hiciera un alto para descansar. Yo llegué a conocer caravanas de gitanos que acampaban en ella.
Viví en el campo hasta bien mayor, allí soñé otros mundos y luché para conocerlos pero sigo necesitando el campo, mis raíces, para ser yo misma, para reencontrarme y fundirme con mis raíces, para ser mejor persona. En comunión con la naturaleza.
Otro día os contaré más.
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